17.1.09

El frío de agosto.

Los ojos azules, cual faroles del mar, comenzaron a fallarle una tarde sombría de agosto. Hacía frió en Buenos Aires, y una brisa helada lo congelaba todo.
La de los ojos azules se llamaba Allegra. La razón por la que había salido de su confortable hogar aquel día, tenía nombre, se llamaba Ernesto. ¡Cuan importante era para aquella dulce muchacha el nombre Ernesto!.
Después de aquel desafortunado encuentro, nada volvió a la normalidad. Ella se fue llorando, Ernesto se fue para no volver.
Allegra se marchó corriendo y de esa forma sus ojos dejaron de brillar.
El aire lleno sus párpados y , lágrimas cristalinas, bajaron por su rostro.
Ella lloraba, y la luz se escapaba de sus ojos claros. Sólo veía sombras en movimiento, pues el frió había congelado sus lágrimas -mucho más que eso-, allí, en lo profundo de sus ojos.
La fría tarde de agosto congelo sus ojos, y lo último que percibió fue la tristeza. Las memorias se congelaron aquel agosto, y la vida de Allegra quedo a oscuras, cuando sus ojos le fallaron.

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