25.9.11

Flores, libros y revoluciones



Sabia que había flores en el pasto y estaba acostada a su lado. Estaban tan cómodas que se movían solo con las brisas casi imperceptibles del viento, y, así bailaban las locas por puro deseo de seducirme. Y los libros que estaban en ellas apoyados improvisaban versos tontos que no llegaban a dar con el sentimiento tan simplemente tranquilo que me inspiraba esa tarde. Por fuera ruidos, por fuera tiempo, por fuera espacio, por fuera discursos, por fuera medidas. El sol estaba en lo alto, sus rayos en mis flores, su calor en mi cuerpo, su brillo en las hojas de mis libros; el sol estaba en mi. Los libros, y las flores, y el brillo, y el sol, y mi cuerpo, y mis no ruidos, y mis no discurso, y mi no tiempo, y mi no espacio. Lo mio y lo no mio. Lo mio y lo tuyo. Todo. La totalidad de esa tarde en la que las flores solo me mostraban el pequeño trozo de realidad del que participaban, el maravilloso trozo del todo del que eran dueñas y señoras, y del que me compartieron cruelmente solo un suspiro para dejarme en la espera de un poco mas. Las flores comportandose como amargos amantes que dejan solos los recuerdos flotando entre lo que fue y lo que ya no sera. También los libros, persiguiendo la belleza en los jazmines y las rosas siempre un paso detrás, siempre recibiendo las sobras del momento. Siempre vestidos de inútiles palabras, siempre sin saber que decir. Y yo, sin ganas de hablar, solo escuchando, solo respirando, solo observando, solo planeando revoluciones, solo organizando ejercitos de margaritas, solo conquistando fronteras, solo tranquilizando mi cuerpo, solo cuestionando al mundo, solo curioseando en conversaciones ajenas de alegrías y paginas de algún libro, de algún poeta suelto por parís. Yo, solo comiendome las uñas a la espera de lo que vendría, solo esperando, solo recordando, solo dándole honrrosa sepultura al pasado.