27.2.10


20.2.10

Si no lloro, muero. Si no grito al aire, en este instante, que te amo, que aun te extraño, que siento que me extingo, puede que me quede sin voz. Puede que mi voz ya no se escuche, aunque hace tiempo que no dice nada. Si no te hablo talvez me olvide de como se hacia. Si no respiro es probable que pierda todos los retazos de vida que aun me atan. Si no te siento cerca, tu respiracion en mi cuello, el sonido de tu voz, las vibraciones de tus palabras, puede que elija la oscuridad. Si no me reflejo en tus ojos, entonces ya no quiero nada mas.




Pequeñas historias de un pequeño pueblo. Chivilcoy, como cualquier otra ciudad tiene colectivos, tiene centro, tiene boliches, tiene equipo de futbol, y tiene personas que sienten y viven, crecen y maduran, sueñan e intentan. Adoro a estas personas, las amo aun sin conocerlas porque armaron de este pedacito de tierra una hermosa ciudad. Las quiero porque son tan parecidas a mi, y son anonimas, son desconocidas.

Lo común en Miranda

Referirme a Miranda es una obligación que le debo a su recuerdo, a las tormentas por las que tuvo que pasar antes de seguir su camino hacia la eternidad. No sé, a ciencia cierta, en que lugar se encontrara ahora, y no es algo que me incumba realmente, solo sé que, en caso de encontrarse en dificultades, no acudiría a mí, como así tampoco, a ninguno de sus viejos conocidos, y esa es una de sus particularidades.
En aquel tiempo en que la conocí, era la secretaria de un estudio contable impositivo, un trabajo que le demandaba una gran parte del día, y todas sus fuerzas. Era por eso que, al salir del trabajo, lo único que la satisfacía era recostarse sobre el pasto en su casa, olvidándose del resto del mundo, y dejando de lado, por un rato, las obligaciones cotidianas con las que convivía. Pasaba un buen momento. Pero al levantarse, veía con horror la cantidad de tareas pendientes que clamaban por su presencia inmediata, y, su buen momento, se transformaba en una irresponsabilidad de su parte, de la que se arrepentía, y la cual la torturaba.
Miranda era una mujer callada, de costumbres simples, que pasaba sutilmente por la vida. Una de esas mujeres sin matices, que gustaban de placeres cotidianos, y se caracterizaban por el gris, por las medias tintas. Se sentía pequeña en el universo en el que vivía, pero al mismo tiempo se sentía cómoda, y es por eso que nunca había hecho nada por cambiar. Le gustaba el anonimato del que gozaba, experimentaba una especie extraña de libertad, que la confortaba pero no iba más allá de eso. Una mujer fácil de convencer, alguien que no conservaba un ideal mas de un mes, con quien era muy aburrido discutir ya que luego de dos o tres observaciones, a modo de debate, abandonaba su punto de vista, para dar lugar a una resignación de la derrota, que la hacia convencerse de cualquier argumento.
Una de las cosas que más recuerdo de ella, es que nunca miraba a los ojos, a nadie. Tenía la mirada clavada en el suelo, y si alguien era lo suficientemente insensato como para hacerle ver esa característica, entonces, por pura cortesía, accedía a subir la mirada, pero, con rapidez, encontraba un punto en donde fijar la mirada, fuera de los ojos escrutadores de su interlocutor. Solo una vez recuerdo haberla sorprendido sosteniéndole la mirada a alguien, pero es de algo de lo que no voy a hablar, ya que no es parte del recuerdo tan bien armado que tengo de aquellos tiempos.
Lo que si sobresalía del común de la gente, era su increíble capacidad para sonreír, aun en los momentos mas inoportunos. Siempre encontraba algo por lo que reír, cualquier cosa, y en este punto soy inflexible, siempre, siempre, siempre, se le escapaba algún tipo de sonrisa. Algún tipo de sonrisa digo, porque tenía distintas risas, a saber: la risita nerviosa, esa que empleaba luego de que alguien le hiciera un comentario marcándole un error o algo por el estilo; la sonrisa vergonzosa, que venia acompañada de un sutil temblor en las piernas, manos transpiradas, y mejillas sonrojadas.; la risa obligada, era falsa, y cuando la hacia, se tapaba el rostro con las manos y movía la cabeza hacia abajo, para dar la sensación de “tentada”; la risa histérica que se le escapaba cuando estaba demasiado triste, y que consistía en una carcajada desbocada, aguda, y concluía con los ojos rojos, o, en el peor de los casos, un llanto desgarrador; finalmente, la verdadera., la más hermosa de todas producto de la dicha neta, una que la podía dejar tirada en el piso, una risa incontrolable que terminaba con un dolor agudo en las mejillas. Pocas veces, tuve la fortuna de disfrutar de la verdadera risa, pero aquellos momentos los atesoro.
Tengo la certeza, aunque no confirmada, de que su máximo temor eran los cambios. Siempre que alguien proponía un plan que se salía de lo regular, o cuando, por algún motivo, se veía obligada a salir de la rutina, se podía apreciar en su rostro el pesar que esa situación le producía. Tanto es así, que la recuerdo enferma de gripe en el medio de un campamento que organizo una amiga, y al que asistí también. Ya durante el viaje se sospechaba su molestia, pero fiel a sus principios, no se quejaba de nada en absoluto. Eran días soleados de verano, en donde el calor reinaba, pero no sofocaba. La segunda noche, supongo que trato de censurar su enfermedad lo más que pudo, cayó con fiebre en la carpa. Volvimos antes, para llevarla a algún hospital, pero apenas volvió a su casa, a la ruidosa ciudad, todas sus dolencias desaparecieron, y, repentinamente, la fiebre desapareció.
La incomodidad ante situaciones nuevas, y su temor a los cambios bruscos, le producían un malestar físico. Miranda somatizaba todos sus problemas, volcándolos a su cuerpo.
Jamás vi que se le escapara una lágrima, y eso que la acompañe en momentos de gran tristeza. Algunas de sus características eran el temple en su carácter, y la rudeza de sus sentimientos. Siempre la pensé como una mujer curtida por la vida, de secretos inconfesables, de misterios indescifrables, de llantos censurados.
No era una mujer de pensamientos claros, y no era común que los compartiera con alguien más que ella misma, así y todo, tengo total seguridad de mis conclusiones, aquí volcadas.



Risso.
Todos quieren la libertad, pocos saben para qué

12.2.10

Receta.

Si son efímeros los triunfos, si es contradictoria la victoria, si es inconstante la alegría, si no es eterna la gloria, si lo que no persevera se olvida, si lo destinado no llega, si la suerte no acompaña, si la batalla es oscura, si un eclipse tapa el sol. ¿Qué hacer entonces? Bailar un tango, escuchar los Beatles, mirar "El padrino", comer mucho, llorar lo necesario, abrazar a un amigo, y seguir adelante. Adelante pueden cambiar las estrellas, atras es todo igual.
Bailar tango para escuchar sentimientos similares.
Escuchar Los Beatles para descubrir la magia de la vida.
Mirar El Padrino para aprender trucos para vivir.
Comer para fortalecerse fisicamente.
Llorar para lavar las tristezas.
Abrazar a un amigo para no sentirse solo.
Seguir adelante para ser feliz.

10.2.10







...al olvido selectivo,
a la memoria perdida,
a los pedazos de vida
que no vamos a perder
jamas...!





" Allá donde todo aquel septiembre, no alcanzo para llevarse la tempestad.
Allá donde mil poesías gritaron cuando le cortaron al poeta sus manos..."

9.2.10

Viajar en auto.

Me gusta andar en auto, me gusta, si. Me gusta porque puedo ver por la ventanilla a la gente de alrededor, los que van a pie, y los que andan en otros vehículos. Me gusta imaginar: ¿Hacia dónde se dirigen? ¿Por qué lo hacen de ese modo?. Puedo pesar que los conozco, reconocer en ellos rasgos que me son familiares, que me parecen de entre casa, características que puedo ver en mi misma, en las personas de mi auto. Amo cuando voy en el auto en el asiento de atrás, y si es de noche es mucho mejor, entonces miro al cielo por la ventanilla, observo en silencio, observo espectante, anhelante, miro esperando ver una estrella fugaz, pero todas son fugaces cuando el auto va por la autopista. Todas viajan rápido cuando el auto acelera, y mi corazón igual, voy sintiendo el tiempo pasar, la vertiginosa sensacion de velocidad que se materializa en el roce del viento en mi piel, en el choque de la fresca brisa con los vellos de mi brazo que se asoma disimuladamente por la ventana. Por lo visto, todas las estrellas permiten que se les pida un deseo en esta situación, circunstancia de la que me gusta aprovecharme indiscriminadamente con la esperanza de ser realizados aquellos pedidos.
Me gusta que me hablen cuando vamos en el auto, que me cuenten secretos, que estimulen mis oídos, pero que jamas esperen una respuesta pues me absorven los misterios de la noche, la oscuridad y profundidad del cielo, las brillantes luces de las avenidas y calles; que sepan que, a pesar de todo, les presto atención, pero en mi silencio encuentren mucho mas de lo que las palabras puedan expresar.
Me gusta viajar en auto, solo disfrutando del viaje sin preocuparme del destino, y deseando con fuerza jamas estacionar, nunca parar, seguir siempre con rumbo indefinido hacia lo desconocido.