31.8.12

La que no quiere morir de aburrimiento



Camila, y su infinito afán por sentirse Lucia. Camila, y su obstinada manera de parecer. Camila, Camila, Camila. Camila, quien no deja que la llamen así, que prefiere que le digan Lucia, que elige otro nombre, que se habla a si misma  y se enoja. Camila, la misma que camina por las plazas buscando bancos en los que desplomarse, arboles detrás de los cuales esconderse, brisas que la muevan, luces para acurrucarse, hojas que no se caigan, y personas que no se vayan. Camila, la misma que surcaba la mar cayendo en playas con relojes desechos por el paso del tiempo, derretidos por la crueldad del sol. La misma que se levantaba y caminaba hasta mundos donde no llueven gotas sino paraguas, donde ciudades destrozadas se convierten en pinturas planas. La que jugaba con Cronopios, Aurelianos, y Lauras, y se peleaba con las paginas, y se enredaba entre palabras. Camila, la que no sabe rimar, la que no sabe leer, la que no sabe escribir, la que no sabe vivir. La que espera encontrar esperanzas debajo de las baldosas. Camila, aquella que descubrió que estaban comprando su felicidad, y decidió robarla y salir corriendo. 

24.8.12

Quien tu sabes

Cada palabra que brota de tu boca abre infiernos, tiene el poder abrumador de un volcán en erupción que todo lo toca, todo lo destruye, todo lo cambia. Esa boca ademas posee el poder de estallar el firmamento y desarmarlo en fragmentos cuando se posa sobre la mía que apenas puede modular unas  cuantas oraciones tontas que solo te nombran. Esa boca se mueve y me roza, me tiemblan las manos, siento la adrenalina de la aventura. Tu voz, cavernosa y húmeda, tan cercana, condena y absuelve a la vez, persiste resonando  en mis oídos con igual fuerza e impide el paso del tiempo, me prolonga en el instante, me hace eterna, me hace Penelope que aguarda y teje, y desteje por el miedo a perderte. Tus palabras son los mares a los que me someto en la espera, deseando no te sean bravos, anhelando te devuelvan a mi cama tibia que te ansia pronto. Cada palabra que brota de tu boca crea abismos, posee la crueldad salvaje de algún dios antiguo que escarmienta todo error con saña y rencor. Esos ojos, que al mirarme me iluminan, sostienen todas las ilusiones pendientes oscilantes entre las pestañas -tan curvas, tan largas, tan sinuosas como caminos. Aquella misma mirada diáfana me acaricia, me mide, me enfrenta, provoca lloviznas en los ojos míos. Todo lo que tu cuerpo toca se transforma en reliquia, cada gesto de tu boca provoca adicción, tu sonrisa se hace estampita de mi santuario profano, íntegramente capitulo ante tus caricias, y  me entrego completa frente a tus palabras que abren infiernos.