31.12.09

Los ayeres

La música es un simple recordatorio de que todavía no te olvido, de que por las noches combato con la almohada. Esta melodía es tan conocida como extraña, para mis oídos que se acostumbraron al sonido de los lamentos, luego de tanto tiempo de solo reconocer la risa. Son estos mismos oídos los que escucharon por primera vez los te amos, los susurros de amor y de pasión que desaparecieron hace tiempo.
La música me lleva al pasado, al aroma de los capullos de los jazmines, prontos a nacer, me lleva al frió del invierno mas duro, aquel en el que no estábamos solos. Esos momentos robados al tiempo, luminosos por si solos, aquellos en los que habíamos decidido estar juntos hasta el final. Hoy por hoy, los sonidos son parte de una complicada trama que siempre lleva hacia el mismo lugar, y que al mismo tiempo no lleva a ninguna parte. Aparentemente mis sentidos se han puesto en mi contra, y, combatiendo contra mí, encuentro que no hay posibilidad alguna de victoria.
Mis memorias se arremolinan en mi cabeza, danzando, girando en círculos en mi mente, turnándose unas a las otras para aparecer nítidas ante mis ojos. Dan vueltas, y vueltas mezclándose entre ellas hasta que no queda más que unos ojos, brillosos y colorados, anegados en lágrimas irreverentes.
La rebeldía de mi mundo interno ya es conocida, ya no pasa desapercibida para el exterior.
Hay un grupo de ayeres que me pesan sobre mis hombros, que me hacen caer, que me hacen sentir distintas sensaciones de un momento a otro. Una bolsita de recuerdos de colores, de distintas formas, clasificados por orden de importancia, que me hablan cuando estoy sola, y me dicen al oído: ¿Te acordas? Y al mismo tiempo, me entristecen y me enseñan, me explican y me muestran los errores, los aciertos, los momentos que se fueron, muy lejos.