26.12.08

Vientos del este

Una sutil brisa le recordó viejos tiempos de alegrías infantiles. La melodía que se podía apreciar, producto del rose de las hojas con el viento, le hacia pensar en la vida. Estaba sentado sobre las raíces sobresalientes de la tierra, de un ginkgo viejo. Sus semillas provocaban un olor penetrante que casi hacia arder la nariz. Se respiraba un aire invernal, fresco y seco.
Quizá, quien lo viera, sugeriría que estaba dormido, y a simple vista así parecía, pero a juzgar por el tímido movimiento de sus dedos estaba despierto. Estaba más que eso, estaba atento, alerta.
El viento del este le despeinaba sus largos cabellos.
El porque de aquella simple situación se explicaba en que desde hacia dos días su vida se había desmoronado; O eso era lo que pensaba el. La realidad le había interceptado el camino de la forma más cruel. La realidad de la que siempre escapaba, aquella que hoy lo atormentaba y no le permitía dormir.
Había vivido en un frasco pequeño, pintado de colores vivos y alegres, protegido de la oscuridad de afuera. Hacia dos días que ese maravilloso frasco se había hecho trisas.
Es real que, tarde o temprano, iba a tener que salir de allí. Es real que, a pesar de todo, iba a tener que aprender a vivir en la oscuridad. Pero es real, también, que su abrupta irrupción en el mundo, no fue de la manera más feliz.
Recostado sobre aquel viejo árbol, pretendía entender las razones que lo llevaron a aquel estado. Repasaba los sucesos con obstinación buscando pequeños detalles que se le hubieran escapado. Pero el relato no cambiaba por más que lo repita 1,2, mil veces.
Era extraño verle allí, a aquel que había sido el niño mas inquieto, el charlatán, el alegre, el salvaje. Todos esos adjetivos habían quedado atrás, en un pasado lejano, que no se repetiría jamás.
Sorprendente, era el calificativo que todos le daban a aquella súbita partida. Ese adiós, el menos esperado, dejo a todos hundidos en la tristeza más cruda.
Creían escuchar, todavía, los ecos de su voz resonar en la lejanía. Esperaban, en vano, encontrarlo desarmando relojes sobre la mesa de la cocina. Guardaban en lo más profundo de sus corazones la esperanza de que lo fueran a ver pasar en su bicicleta vieja, rumbo a alguna feria.

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