10.4.09

Un abril sin otoño

Era una estación de lo más atípica. Las hojas que deberían haber caído no lo hicieron, el color que debía inundar a los árboles no se observaba. Era un otoño diferente, un abril singular, y cada cual tenía su teoría de las causas de estos cambios. Circulaban tantas teorías como pensantes, variadas y cambiantes, algunas ridículas, disparatadas, divertidas. Pero entre tantas especulaciones, la verdad era que los amores amargos, las relaciones resecas, el aire gris, ya era suficiente para esta descuidada humanidad. La vida decidió, entonces, olvidar el otoño.
En contraste con esas decisiones de las que no somos participes, la arbitrariedad de la vida había desatado un caos, pues los escritores no se inspiraban en nada mas que en la tangible veracidad del otoño que, este año, no se experimentaba, (ni se experimentaría).
Los niños no podían disfrutar de el ruido de las hojas al romperse, al ser pisadas. Las mínimas situaciones relacionadas con la estación desaparecida, se volvieron tristes. Y surgió otra duda, en que estación se encontraban. Una teoría aseguraba que era una estación nueva, mientras que otros aseguraban que era la extensión del verano, en su declive hasta llegar al crudo invierno de junio.
La realidad había golpeado con fuerza cada rostro, y, hasta los más triviales pensamientos, se desviaban hacia el hecho de que se les había sido arrebatada una parte de sus vidas. Aquel robo suponía una violación total a sus derechos, y, así mismo, creaba un sinfín de reacciones de protesta. Pero, la cuestión de fondo era que, por mucho que se quejaran, el otoño no aparecía.
Se organizaban marchas, ayunos, protestas, huelgas, y todo tipo de manifestaciones de repudio al más allá, a esa parte del todo, que no conocemos, que ignoramos. Esa parte a la que tememos, esa parte que no sabemos a ciencia cierta de su existencia. Aquella parte que nos gusta olvidar, esa que nos apetece decir que no la necesitamos, que no la creemos verdadera, pero a la que, sin embargo, recurrimos en caso de buscar respuestas.
Y, en este caso, la parte faltante del todo, era muy relevante. Era un nada para la vida, pero para sus vivientes era importante. Para todos, esta ausencia sin aviso, era imprescindible en la cotidianeidad, irreemplazable en el tiempo.
Pero abril seguía su curso, abril no paraba, abril se marchaba, y las hojas no eran de un marrón rojizo y, no estaban esparcidas en el piso cubriéndolo todo.
La verdad es que nunca, durante aquel interminable mes, fue reemplazado ese sitio vacío, ni fue olvidado su ocupante.
Y de repente, un día, sin previo aviso, volvió, tal y como se había ido. Volvió sin explicaciones, sin razones, sin importancia. Pero, abril había muerto sin volver a sentirlo, y para eso no había solución.