21.3.09

Vientos del este (segundo)





De repente se cayeron algunas hojas del Ginkgo, pero eso no pareció importarle, pues sabía que era consecuencia de una especialmente fuerte ráfaga del viento del este. Tomo una de las hojas caídas, y la examino con detenimiento. Largo rato paso mirándola, tocándola, dándola vuelta. Todo era tan extraño a sus ojos, cada pequeñez del mundo era nueva para el. La verdad, no era que el mundo había cambiado, sino, que había cambiado su forma de verlo. Tal vez, era hora de que creciera, de que madurara.
Entonces se le escapo una lagrima. Irreverente, bajo a toda prisa por su rostro, para estallar en su ropa. Era la primera atrevida, pero no iba a ser la última.
Nadie quería acercársele, lo miraban desde lejos pronunciando pomposas palabras en una lengua que el ya no entendía. El sabía que lo vigilaban, pero no le preocupaba.
Y, el viento del este, volvió a soplar, y le llevo a sus manos una flor. Era una hermosa flor blanca, parecida al jazmín, pero más pequeña. Tenía el olor a la tierra húmeda todavía. Decidió que la iba a guardar, para luego ponerla en agua. Decidió que la iba a cuidar. Decidió que no quería que le sucediera nada malo.
Miro al cielo y, entre las nubes, le fue fácil encontrar a la luna. Había salido temprano ese día.

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