27.1.13

vivre sa vie


Jamás pudo olvidar la forma en que sus labios se tensaron hasta adquirir la rectitud de una línea; sus manos que se movían con rapidez acompañando las palabras que nerviosas corrían a través de aquella boca, otrora su única debilidad; la manera en que sus ojos se tornaron dos sombras que apenas se vislumbraban ante la oscuridad que los azotaba; la palidez de su rostro que, al contrario de otras veces, parecía apagarse hasta perder el tinte de naturalidad;  el sudor de su frente, coronilla y dedos,  que caía por su cabeza, espalda y manos, hasta perderse entre la ropa. Jamás pudo averiguar si era solo sudor o también había lágrimas; si era solo vergüenza, o había capas de pasados, puntas de presentes, notas de futuros.  Tampoco supo entender el alcance de aquellos fonemas sin sentido que escuchaba sin prestar demasiada atención, absorta en los labios finos, los ojos muertos, las manos bailarinas, la blancura del rostro, y la transpiración-llanto. No supo medir, en aquel instante, la volatilidad de las palabras que ni bien sonaban desaparecían en el viento, más rápido que el humo de un cigarrillo en la neblina. Pero aquellas palabras no sabían a nada, ni siquiera se adivinaba la muerte en ellas, solo se evaporaban sin significar, sin rasgos de semiosis, solo existían en un presente efímero. Jamás las pudo recordar. Sin embargo, la espalda que se alejaba  en la plaza, la insensatez de sus pies que no se movieron, las suplicas y reproches que se intercalaban en su mente pero que no nacieron, la certidumbre de que se estaban apagando las luces, y las campanadas de la Iglesia que irónicamente los vigilaba, se hicieron piel en ella. Y entonces no importaron las frases exactas, ni las promesas innecesarias para comprender que todo lo que en ella habían sido flores, ahora mostraban las espinas. Y lo triste fue comprender que el hecho de odiarlo, no la hacía quererlo menos.
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