29.1.13

Camila demandaba lo imposible

Es difícil de explicar pero tengo la certeza de que Camila presentía sus llegadas, las de su Junio. Aun cuando las visitas no fueran acordadas o resultaran sorpresivas. No puedo explicarlo lógicamente, solo sé que ella lo sabia. Tal vez fueran los pajaros que rápidamente levantaban vuelo, o el aleteo espontáneo de alguna mariposa. Quizás se tratase del movimiento de las nubes que parecían acomodarse, o el de las ramas de los arboles que se bamboleaban meciendo a las hojas; o, incluso, ellas mismas, las hojas que de la desesperacion se tiraban al vació, apilandose unas con otras en la tierra. No lo sé, lo cierto era que Camila intuía sus llegadas.
Era algo de una belleza emotiva que daba gusto presenciar. Era su espalda que se tensaba hasta erguirse por completo, su mirada, repentinamente fija, que se clavaba en el cielo  como si fuera posible que Junio bajara volando acompañado de algún mosquito, o lo hiciera planeando lentamente de la mano de un paraguas, simulando un cuadro del viejo Magritte; el hecho era que se quedaba tiesa mirando la nada, espectante, y al mismo tiempo los vellos de sus brazos se erizaban poco a poco, y sus dedos comenzaban una silenciosa lucha que concluía con uñas esparcidas por el piso y cutículas rojas. Pero nada la distraía, todo le rozaba la sombra sin tocarla a ella, incluso la brisa que le despeinaba los cabellos y le hacia cosquilla apenas en la coronilla. No escuchaba, no respondía, solo se quedaba ahí, tan chiquilina, infantil, pequeña, tan mínima mientras el mundo tan solo la rodeaba.
Entonces llegaba él precedido por el sordo ruido de un aterrizaje, como dándole la razón a la absurda búsqueda aérea de los ojos de Camila, y todo se tornaba distinto, se percibía en el aire un cambio, se respiraba de otra manera. La atmósfera adquiría sabores dulzones con alguna nota cítrica. Todo se vislumbraba (al menos para mi, una simple voyeur de aquel ritual) a través de algún velo, adivinándolos a ellos dos del otro lado, lado sepia, algo antiguo, como aroma a hojas caídas en otoño, tal como sabría abril si se lo probara. No puedo describirlo mas que con una palabra: mágico.
Simplemente la rigidez y la espera de Camila se tornaban  otra cosa: ojos saltones que brillaban al tiempo que se les descubría un destello de luna; dedos que declaraban la paz para unirse a los de una mano mas aspera, la del hombre que encajaba con una perfección sin igual en sus espacios vacíos; labios que se relajaban y corrían alegres al encuentro de la boca que los recibía con la naturalidad de dos amantes de toda la vida.
La ternura de sus gestos, la infantil sencillez de aquel rito me embargaba de tal forma que me era difícil no participar en su dicha, y, a la vez, se volvía imposible no confiar en que aquella bienvenida había sido ideada hacia muchas estaciones por alguien poderoso que, a falta de alguna certeza, me contento con llamar destino.
Posted by Picasa

No hay comentarios:

Publicar un comentario