27.10.12

# 4

Sus besos le mostraron una nueva forma del arte, llevándola hacia caminos surcados de bellas formas, cercanos a cielos. Cada gota de su saliva en la boca de ella se deshacía como las horas ausentes marcadas por los relojes de aquella playa escondida en España. Su compañía se convertía en adicción y se volvía surrealista, se volvía dadaista, se volvía canción, deseo, y navegantes de las calles.  Cada recuerdo se conservaba en su cabeza como una fotografía luminosa, mas que eso, un cuadro impresionista, un despertar, un desenfreno de colores salpicados. Se volvía Degas que pintaba sin ver, pero lo veía. Sublime, eso eran las tardes en sus brazos, que se paseaban por su espalda y la herizaban. Le provocaba terror, y emoción, solo la magnitud de su resistencia al vació  se asemejaba al poder de los besos esparcidos por su cuello. El le enseñaba la inconmensurabilidad que la atrapaba, y lo tierno de sus lunares que la enceguesian, y en ella se excitaba la fuerza para considerar pequeño aquello que la preocupaba. Estaba sobre y dentro de ella, como un cielo estrellado en el campo.
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