5.9.12

Tu que puedes, vuelvete


No tenia la culpa de que Camila fuera tan amiga de las lunas, de que acompañara las noches largas de invierno con cigarros y chocolates.  No estaba acostumbrado a mirar las cosas con los ojos entrecerrados,  ni a esconder lo que se quería mostrar. Junio era así, era simple, corto, pasajero, efímero. Era frio en las ventanas, pero cálido entre las sabanas.  No veía porque ella estaba tan convencida de que debajo de las baldosas estaba la playa. Mientras Camila lo buscaba detrás de cada árbol con la desesperación del silencio, él la esperaba desencantado en la esquina de siempre. Tampoco ella tenia la culpa del constante desaliento del que él era preso. Junio era del sur, y Camila estaba más allá de eso.  No acusaban recibo del paso del tiempo, del fluir, del devenir, por eso sobraban las ausencias y faltaban las palabras. Ella dibujaba  plegarias mientras el componía tonadas. Sus canciones eran mediocres, consientes que la vida ya era lo suficientemente compleja como para enredarla más.
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