14.1.11

Julio

Una lluvia inesperada, un día soleado, la muerte cercana de un niño, de un día, de una época, de un amor, de algunas tardes, de la amargura. La lluvia que moja -moja el cuerpo de aquella forma en que el agua cae y se desliza desde la cabeza y los hombros hasta el resto del cuerpo; y moja adentro, a eso que llaman "alma"- y limpia, depura, arrastra con toda su fuerza acuosa, la suciedad, desde polvo hasta recuerdos, que en realidad son mas o menos lo mismo. Los recuerdos y el polvo. El polvo y los recuerdos. Y su infinita relación de contradictoria simultaneidad. El polvo como mugre, suciedad, y el polvo como desechos pequeños, minúsculos, escondidos, barridos. Los recuerdos que se hacen polvo; el polvo que renace en la memoria. Y la lluvia, che, la lluvia. La lluvia que moja y sorprende, y vuelve a mojar. Que interrumpe una tarde cualquiera, en una ciudad cualquiera, de cualquier lugar, a dentro o afuera del mundo. Adentro o afuera la lluvia. La lluvia que entra en las casas por las goteras, la lluvia que entra en los recuerdos también por las goteras, por las filtraciones de la mente. Entonces la lluvia, la mente, las goteras, el polvo, los recuerdos. Que tarde, che.

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