7.6.10

Aroma a mieles y almendras

Era brava la negra, decían los hombres del pueblo, pero no quise creerles. Cerré los oídos para las habladurías. Era brava y olía a mieles, y olía a almendras. Era brava porque la vida la había tomado por sorpresa, desengañada del destino, y amargada de antemano, el carácter le había florecido como así también las curvas de su cuerpo macizo.
Era una negra de pueblo con conocimientos que nunca eran suficientes para los hombres que allí vivían, eran mas de los de las mujeres que se decían finas, que arrugaban la frente de su madre anciana.Que evidente era que poquita cosa valía; que carácter de macho la negra tenía; que hembra retobada le había salido.
Era brava, y el campo, en sus ojos, crecía, y oscura su mirada esperaba; y olía a mieles, y olía a almendras, y -¡Que se yo!- olía a vida. Pero eso las gentes no lo sabían pues a ella no se acercaban, pues de ella solo se hablaba... en los bailes del pueblo, en los salones donde trajes y vestidos, y jamas un suspiro. Se hablaba en secreto, como algo prohibido, ilegal, que estaba mal.
Más allá de las habladurías la negra seguía abriendo los ojos con el alba cada mañana a lavar las mentiras, y las ropas para los patrones, para ir a los salones que nunca iba ella a pisar; paredes que a ella conocían pero no dejaban pasar.
Más allá de todo, al terminar el día la negra era siempre la negra y nada más: era brava, como decían, y olía a mieles, y olía a almendras; y, algunos diremos, olía a vida.

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