30.6.13

Le petit mort


Hace tiempo que no te nombro, que ni a tus apodos me acerco, pero este día te reencuentro en las sabanas corridas y  entre muros silenciosos. Y en el colchón que no se termina de amoldar al solitario cuerpo que lo habita. Este día en particular por la hora y el lugar, por la madrugada y el frio, por la tan cruel cercanía entre tu rostro gélido y la blancura de tu piel, frágil como la porcelana. Recuerdo aquel beso, le petit mort, la forma en que en un mismo gesto fuiste presa de mis amores, y tu presencia se escurrió entre mis brazos cual arena que a la mar regresa. Empiezo a sentir la humedad de tu lengua sobre mis labios, y la saboreo; vuelvo en sí, ahora tu mano que torpemente roza mi pelo, y yo que me inclino para recibir tal caricia; alcanzo a  incorporarme para recibir tu mano fugaz que se pasea por mi pecho, y me tenso solo un momento, solo hasta sufrir el placer en pleno; adivino tu siguiente movimiento, te espero entre mi oído y mi cuello, y llega tu aliento cálido. Ahora tiemblo. Tu boca, el templo que se abre a mis deseos, a mis ruegos que susurra alguna cosa sin sentido, alguna cosa que de no estar me haría perecer, agonizante ante las llamas del silencio. Fragmentos. Y, así como llegaste, te vas. Nuevamente desapareces en medio de la noche, sin dejar más que la conmoción de tu presencia. Por un rato deseo que no hubieras vuelto, luego me resigno a la visita, y comienzo la cuenta regresiva sin nombrarte hasta la próxima madrugada. Ya siento, cual Edith, como mis músculos se vuelven sal y se endurecen hasta mis pasiones, por desobedecer el mandato de no mirar atrás. Y tú, mi Lot, que te vas sin derramar las lágrimas que mis ojos vuelven a llorar.
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