21.11.11

Identidad


Soy solo lo que queda después de una lluvia: un poco de agua en la vereda, un aire pesado y húmedo, un tanto de olor a pasto mojado, una canción desesperada. Sos todo lo  que habita en un día soleado: el brillo en los ojos al mirar arriba, algo caliente que enfurece a las palomas, la luz que hace progresar a los jazmines, y un apuro desmedido por seguir. Juntos no somos más que un par de primaveras y un otoño, nada mayor que los atardeceres en el centro  y los amaneceres clandestinos, un algo que flota y se escapa. Los demás son como los mazos de cartas, como las jugadas de ajedrez, no más que una estrategia del teg, bastante menos que un gol de Boca; tan solo llegan a ser una canción del montón. El tiempo se identifica a si mismo y nos traspasa como mostrándonos nuestra impotencia, no es algo que deba preocuparnos nos dicen ellos, pero sabemos que hay  más detrás: sabemos que el tiempo nos condiciona, que están esperando que desistamos. Conocemos bien el mecanismo de la resignación y confiamos en no caer en la trampa de la seudomaduracion. El espacio sí que no interesa, es menos que una dieta de verano, se deshace entre voces y recuerdos;  y aunque quieran hacernos creer que no se puede conquistar, en cierta forma les ganamos ya hace un montón.  Y qué decir de los pasados: de los tuyos tan perturbadores como afianzados, tan exigentes conmigo que me canso de intentar; de los míos, tan insistentes en su afán de hacerme naufragar, tan miserables que no se pueden borrar.  Como para no luchar contra los ayeres  si nos están midiendo, nos están pesando, nos encuentran defectuosos, y actúan sobre nuestra debilidad.  Aun ahora que me pongo a pensar, sé que lo vivo sigue siendo por azar. 
Sos lo que se acoge en el umbral de mi voz al cantar la canción desesperada que soy yo. Soy aquellas gotas de sudor que bajan la espalda y mojan el alma en tu calor.  Quien diría que podríamos llegar a habitar un mismo espacio en simultaneo y por igual. Cuantos habrán jugado a las barajas y apostado a los dados su vivir. Nosotros no, aunque pensándolo mejor, tiene mayor sentido el destino del timbero, que el del que estudia y se olvida de vivir.

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