29.3.10

Olvida, pronto.

Es triste no recordar los momentos que pasaron antes, esos que ayudaron a construir lo que somos en el presente. Los recuerdos son el núcleo que asocia el pasado con el ahora, lo que ata a la vida que fue con la que vendrá, los niños con los ancianos.
La vida pasa rápidamente para quienes estamos aquí, lo único que queda, entonces, son las memorias. Pero el exceso en todo sentido es perjudicial, en este caso, tener memoria absoluta es doloroso. Recordar cada detalle, cada palabra, cada silencio, desde los susurros mas dulces hasta los colores del día, debe ser el abismo para el bienestar psicológico. Tener guardado en la memoria cada instante de los vividos; el color de unos ojos, las miradas enamoradas que ya no están, el olor característico de una piel, la voz de alguien, las palabras mas bellas que ahora son ausencias, el sabor de unos labios, el ardor del dolor, las lágrimas bajando, el rostro de una despedida, el ruido de un objeto cayendo que te transporta a mejores tiempos, y sus significados; todo lleva impregnada la crudeza del ya no ser. Cada pequeñez es infinita, y al no existir el olvido, las tristezas se agrandan, las nostalgias perduran, hasta adquirir una importancia rayana en el idealismo.
En este caso, el tiempo solo haría más difícil la convivencia con el pasado ausente pero aún vivo; el tiempo sólo incrementaría la nitidez y frescura de los recuerdos encapsulados. Sólo haría más ardua la espera.
El trabajo de los amantes debería cambiar para amoldarse: si se aman no se dirían nunca un "no me olvides", sino más bien "Olvida, pronto".

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