Había una flor tirada en el suelo, recién caída parecía, ya que permanecía tranquila y todavía fresca sobre el césped de alguna lejana plaza. Era un jazmín blanco y hermoso que resaltaba en el medio del manto verde. Estoy segura que si cualquiera se hubiera acercado en ese momento, o en cualquier otro, todavía sentiría su aroma dulce entre los pétalos; Pero nadie se acerco. Cerca de su reposo unos niños jugando a la pelota, amenazaban con pisarla, pero nadie se preocupo por levantarla. Todos sabían que ese era su sitio, que ahí es donde debía estar. El jazmín pertenecía allí, ese era su destino aunque deba cuidarse de los peligros de una plaza. Si hubiera podido hablar hubiera exigido que nadie lo retire de ahí. Hubiera peleado, si hubiera podido, por ese espacio que era solo suyo, que lo hacia libre, que lo hacia feliz. El césped le hacia bien, se sentía bien tirado allí a la espera del tiempo, a la infinita espera del futuro que parece que nunca llega hasta que miramos atrás.
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