Lucía hace ya bastante tiempo que salió de mi vida; hace siglos; hace tan solo unos días, pero ¿Cómo puedo estar seguro si todo lo vivido fue como irreal, cómo si todo lo pasado viene y va dando vueltas dentro de mi cabeza?, ¿Cómo saber si fue ayer, hace años, u hoy mismo, si hacia ciertos recuerdos experimento un tranquilo desprendimiento?.
Lo concreto es que de la misma forma que llegó, así mismo se ha marchado sin derramar ni una sola lágrima, sin mirar atrás, dejando mi lama confusa. Lo real es que me dejó con palabras sin decir, con frases a medias y cartas sin enviar. Me dejó parado aquí en silencio, medio desarmado pero no destruido. ¿Cómo diferenciarlo de un abandono, cómo sacarlo de ese simple concepto del abandono, de la persona sin cuidados dejada a su suerte sin protección ante cualquier ataque?. No. No fue un abandono, lo he comprendido. Hasta último momento fui tratado con afecto, fui amado y respetado.
Tal vez, podríamos estar juntos aún, consumiendonos lentamente, perdiendo el tiempo ganado, estancándonos en un momento, creyendo en mentiras, y, al mismo tiempo, sabiendo perfectamente de la inverosimilidad de la situación. Pero ella fue más sabia, ella miro mas allá, supo que no valía la pena destruir el amor, supo que no era justo condenarlo a la rutina, al olvido de las memorias. Era contra el amor hacer de la magia, una tradición conformista y mediocre.
Lucia no dejo de pelear por nosotros, no es aceptación ni resignación, es hacer de algo bello pero mortal, algo perdurable. Es pasar un momento a la inmortalidad.
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