Solo un ápice de su vida no estaba rendido a los pies del hombre. Tan siquiera sus pies le eran propios, lo demás pertenecía a su dueño, al hombre, aquel que dio un vuelco en el modo de ver lo que la rodeaba. Aquel que iluminaba el lado oscuro de las lunas, quien al mirarla la asesinaba y al que le debía sus mas variadas formas de arte. El hombre que sabia mas de amor que el poeta. Tanto mas, el hombre que reducía los mundos al pestañeo de sus párpados, que minimizaba la totalidad de los entes en comparacion con aquellos dos ojos tan brillosos que reflejaban la vida: desde un jazmín hasta un Dali.
Se persignaba, aun sin creer en los santos, por las dudas de que con las vueltas del destino resultara que Dios no estaba solo en sus lunares, por si acaso existiera mas que el demonio de su ausencia.
Quizás sus pies fueran libres de aquella sombra, pero sus manos, sus labios, sus estremecimientos generalizados, sus nervios, sus amores, sus pasiones, sus cabellos, sus historias, sus momentos, sus recuerdos, sus abrazos, sus canciones... todos ellos se rendían reconociendo en el al hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario