8.8.11

30-07-11



Lo que dejaste en mi cuarto fue mas que un perfil definido en tu rostro, una postal exacta de lo que debe ser el amor como aspiración máxima, lo que abandonaste fueron todos los ingratos momentos que pasaron hasta nuestro amado encuentro; lo que dejaste aquí, adorado mio, es más parecido a un sinfín (y sin origen) de sutilezas que se aprietan, que se agolpan, que se desviven por nombrarte una vez mas, que se reprimen en la voz que te recuerda. Sutilezas y algunos retazos de nosotros, retazos de ti y de mi, fue lo que dejamos colgados en mis armarios, lo que olvidaste en el paso al baño cuando todo eran nubes de formas extrañas, luces en movimiento, humo y esa feroz resignación de nuestros cuerpos en un tiempo remoto, y a la vez, ingrato, y a la vez maravilloso; el tiempo de los amores de puños cerrados, de labios mordidos, de secretos y la cruel libertad de decirlos; el tiempo en que todo estaba dormido, en que la luz inspiraba y el brillo le daba el toque esencial; el tiempo en que se sienten retazos quemados en los cuales palpitan, recién escritas, las palabras que rememoran a ese tiempo, ese hombre, ese chocolate, ese dulce toque que suaviza memorias e impide olvidos.

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