11.1.10

Que aún en ausencia





Que sus sueños siempre fueron los más aventurados, los más inesperados, era un cuento que ya conocía. Que sus manos, sedosas, calidas, mimosas, tenían poderes curativos para los corazones rechazados, era algo de lo que no me cabían dudas. Que del fondo de sus ojos oscuros, de las paredes mas secretas de sus parpados, de la cortina negra de sus pestañas, se colgaban las ilusiones de los niños pequeños, era un hecho que no me sorprendía en lo más mínimo. Que su boca guardaba el sabor del chocolate, penetrando indiscutidamente en la nariz de quien se le acercara demasiado, era algo que me tranquilizaba. Que sus pequeñas orejas escondieran su mayor debilidad, tapando el lugar exacto en donde las cosquillas la hacían estallar, era un misterio que adoré descubrir. Que su rostro se acercara sigilosa, irrespetuosa e inoportunamente, hasta mi cara, era una sorpresa de la que me siento orgulloso de haber disfrutado. Que de sus misterios imposibles de descubrir se tejieran abrigos contra el invierno, y de sus emociones se construyeran castillos de naipes, en donde vivir sus sueños, era la demostración de la fortaleza de su alma. Que las desventuras mas atrevidas en las que se vio envuelto por su carácter explosivo, fueran contadas en el pueblo como grandes hazañas, era mi orgulloso personal. Que se halla ido una mañana en que el sol no quería asomarse, que se despidiera con un beso de lo más cotidiano, que se llevara sus cajitas de canciones y sus tacitas de agua con jazmines. Que me haya dejado preparado un té con miel sobre la mesa, que aun ese té este enfriándose en su pocillo, que no pueda acercarme a ese sector. Que el sol haya salido al otro día como si nada, que la lluvia hubiera tardado meses en salir de mis ojos, que su recuerdo se quedara impregnado en los muros de mi casa, que su hamaca ya no se mueva ni por el viento que sopla inexorablemente en esta época sin percatarse de las ausencias, es un final para mi relato.


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