16.1.10

La solitaria Eloisa

Hacia un tiempo que había dejado atrás la infancia, y hoy, un último vestigio de ella, desaparecía para siempre. Eloisa estaba tirada en la alfombra de su habitación, boca abajo, apoyando la cabeza sobre una almohada. Hacia pocos minutos que estaba en esa posición pero fueron eternos para ella, entonces, la incomodidad la empezó a vencer, y aunque se negaba a hacerlo, tuvo que darse vuelta, y se quedo recostada mirando hacia el techo. Su mirada estaba perdida, y mientras tanto, de sus ojos brotaban innumerables lágrimas. Sus ojos estaban colorados, y sus parpados caídos, siendo ese el lugar de partida de las gotas de tristeza, su camino seguía por la mejilla, su nariz también colorada, y morían en las comisuras de la boca, donde la inercia hacia que se limpie con la lengua los labios humedecidos.
En el cuarto no se encontraba nadie más que ella. En la casa solo estaba ella. En el mundo se encontraba sola, también.
Los espasmos, que al principio habían sido incontrolables, ahora iban desapareciendo, dando paso a una calma antes impensada. Ya era conciente de si misma, ya podía controlar sus emociones.
Poco a poco se incorporo en el piso, y vio el desorden que en su habitación reinaba, todo era producto de sus repentinos cambios de estado en la ultima hora. Había frazadas enroscadas en la cama, zapatillas en los lugares más incoherentes, y fotografías esparcidas por la alfombra. Este desorden le producía una incomodidad inexplicable, un malestar que no tenía nada que ver con el hecho de tener que ordenarlo, sino más bien, con la certeza de que la razón de su tristeza era real y no una pesadilla, puesto que allí tenía la prueba tangible. Pero entre todas las cosas que había, nada le molestaba más que las fotografías, las cuales se encontraban a su izquierda.
Eloisa comenzó, entonces, una muda lucha contra ellas. Pretendía ignorarlas y luego, sin detenerse a examinarlas, deshacerse de ellas. Pero lo que parecía una simple pelea, se convirtió en un cruel combate secreto, ya que las fotos, sin moverse, sin realizar ningún tipo de movimiento, la hipnotizaron atrayéndola hacia allí. En ese momento, sin proponérselo, sintió un deseo irrefrenable de tomarlas, de acariciarlas, de verlas y revivir esos retratos, sentir esos instantes fugaces que habían quedado inmortalizados en las fotografías hacia mucho tiempo atrás. Pero cuando lo hizo, se dio cuenta rápidamente de que había sido un error, uno del que ya se arrepentía pues sentía las consecuencias de su impulso comenzar a latir dentro suyo. Su cuerpo dejo de pertenecerle, y se abandono a la tristeza. Volvió la opresión en el pecho, el mareo, el dolor de cabeza, y volvieron a humedecerse sus ojos, aunque no llegó a escaparse ni una sola lagrima.
De a poco, fue recobrando el aliento, y sintió como sus músculos dejaban la tensión en la que se encontraban. Así que, le presto atención a todo su cuerpo, olvidando sus pensamientos, y la angustia. Escucho los latidos acelerados de su corazón en el pecho, vio como se erizaban los vellos de su brazo cuando soplaba una leve brisa. Cuando se supo más tranquila, volvió a mirar las fotos. Ahora las veía de modo distinto, con una leve sonrisa que amenazaba con salir, con los ojos brillosos, todavía controlando el llanto. Eran momentos bellísimos de un tiempo que fue maravilloso en muchos aspectos. Segundos robados a una fuerza poderosa, eran aquellos préstamos que nos da la vida cada tanto, en los que saboreamos el más dulce néctar del placer, nos arraigamos, nos atamos a las hojas de los árboles en el afán de asegurarnos allí, y olvidamos el otoño; entonces llega una brisa y se acaba el alquiler de la vida, ahora hay que devolver aquello que nos habíamos adueñado, pero de lo que no teníamos mayor derecho que cualquier individuo en el mundo.
Se dio plena cuenta de que no se arrepentía de nada de lo que se reflejaba en esas imágenes.
Fue ahí que comenzó otro cambio en su estado de ánimo, se sentía eléctrica, necesitaba sentir el movimiento, quería que la rueda de la vida gire y la lleve de nuevo arriba, con la mayor rapidez posible. El sonido de sus propios suspiros no le permitía concentrarse, y, sin embargo, era inevitable para ella regalarse a si misma con ellos.
Aquella batalla la habían ganado las fotografías.
Quería, ahora, borrar todos los rasgos de la cruel contienda en la que había salido perdedora, es por eso que se levanto lentamente y tomo las fotografías sin miramientos y las tiro dentro de un sobre de papel madera, el cual guardo en una caja debajo de la cama. No iba a deshacerse tan fácilmente de una parte de su vida, de un trozo tan importante de su historia. No iba a conformarse con el abandono de sus memorias.

Risso.

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