Se soñaba pequeña. Creía en los mismos cuentos que creaba, donde caballos blancos, donde mariposas, donde jazmines, donde soles y tardes se cruzaban. Se veía chiquita. Jugaba a escribir que sus hazañas no eran las suyas, que lo que dejaba en el papel no eran retazos de la misma vida. Se soñaba pequeña. Mezclaba los recuerdos, los desordenaba sin darles importancia, no la azotaban los olvidos. Tenia una cajita tan chiquita como ella donde guardaba dos papelitos que se habían resbalado debajo de una puerta, una foto de dos amantes irreconocibles, un anillo ruleman, un llavero viejo y sucio, un par de acordes, varios rulos robados, e incontables entradas de cine que delataban su edad en el amarillo de sus papeles. Se juzgaba infantil. Atesoraba violetas, verdes y naranjas, Julios, abriles y eneros, lapices, flores y revoluciones. Buscaba, en vano, que todos ellos se fundieran en si mismos, formaron un todo, una nada, fueran un único dolor. Se soñaba pequeña. Actuaba sobre escenarios vacíos, con espectadores ausentes, butacas vacías, canciones pasadas de moda, vestidos raídos. Estaba sola y llenaba las tablas, las hacia llorar, las hacia reír, las hacia volar, y creer. Se soñaba pequeña entre sabanas desordenadas, pero abrazada a un recuerdo helado pero no solitario. Se soñaba pequeña, cantarina y brillante. Se dejo de soñar pequeña, se dejo de soñar, se dejo... Fue entonces cuando la atrapo el abril otoño, el abril hojas caídas, el abril desnudo, desde que la aferro se mantuvo estática. Y se soñaba grande, y se soñaba mujer, y se soñaba fría como el junio que la acompañaba.
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