No
entiendo que es lo que te ha llevado a alejarte de tu casa, aquello que te ha
obligado a trasladarte, a pasar a ser anónima; sin embargo, y aun costándome mi
orgullo, no te voy a consultar sobre ello. Quisiera una carta sin preguntas. Lo
que desearía es desaparecer los reproches que mi garganta acumula porque Julia
nada es tu culpa. Detente en esto al leerlo “Julia, nada es tu culpa”. Aunque anhelo respuestas y retornos, hoy
decido conformarme con lo que queda en lo más íntimo de mis recuerdos. Alguien pudiera
hacerte olvidar, pudiera hacerte reír y en ese movimiento también llevarte aún más
lejos y, sin saberlo, firmar mi sentencia, haciendo que me consuma en las
esperanzas insatisfechas de tu regreso. Regresar siempre te va bien. Busco la
forma, Julia, de aminorar la marcha así no te dejo atrás, así no me pierdes el
rastro, por las dudas. Ayudo así a
alivianar tu carga. Pesa la vida, duele el camino, pasa todo pasa; el tiempo es
como un río. Subes el rio y peleas contra la corriente Julia, ese es tu destino.
Me rehuso a buscar respuestas, por ahora, me aterran las posibilidades, me
aterra la idea de lo absoluto, me aterras. La mitad de lo que escribo no tiene sentido,
pero lo digo solo para llegarte a ti, Julia. Quisiera que no me importe lo que
vaya a pasar, que pueda abandonarme al movimiento constante y libre del río, su
fluir. Pero estas lejos Julia, tu cruel distancia… no se manejarla Julia. Al
menos me consuela llorarte, porque
significa que te recuerdo, y estoy conforme de que me abrume el dolor, pues es
en el único rincón en el que nunca faltas. Y, así, me voy despidiendo por el
momento, lamentando si te interrumpí, deseando que las esperanzas no se vayan a
jugar con los cronopios así no se alejan e intentando que me inundes otra
vez. Adiós Julia querida, gusto en
conocerte y afán por reencontrarte.
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