Era un tiempo ingrato en aquella ciudad. Era aquel viejo marzo de intensidad, que todos odiamos recordar, y que no vamos a olvidar. Pero todavía no se sabia, apenas se olía. Eran momentos que pendían de un hilo, pero allí estaban ellos fuera de contexto. Víctimas de sus pasiones, sin pensar en nada fuera de sus cuerpos se reunieron, quien sabe como, en la Buenos Aires de los setenta. Año diferente , club de villanos armados, helicópteros en la madrugada, falcons verdes, menos gente, menos ideas, grandes fogatas secretas, listas lúgubre, éxodos masivos.
Los hogares ya no eran suyos, las calles los veían pasear, sentarse en una plaza de la capital, y en el banco pintado de parejas, ponerse a cantar sin discriminar entre lo que era bueno, y lo que estaba mal. En un zaguán se besaban, y cuando la sirena sonaba, a correr por la ciudad. La ciudad real, la city era otra, a la que no acudían por miedo a no encajar.
En las noches las madres lloraban, y de día salían a caminar juntas, solas, de a pares, con ese curioso andar. No eran felices las caras, no eran sonrisas al pasar, apenas mirando el piso con miedo de los pies que las puedan chocar.
Ellos, fuera de tristezas estaban y se amaban en su situación irreal, en su presente inmortal, en su presente final.
Pero no era un tiempo para amores , no era un tiempo para gritar, no había que resaltar, y el amor, inevitablemente, te vuelve especial.
Una noche todo acabo: él se fue en un facón y no volvió. Su madre camino la plaza pero no lo encontró. Ella volvía cada tanto al parque en donde solían cantar, hasta que un día no volvió mas.
Hay quienes dicen que se volvieron a encontrar, y que de la mano sus cuerpos cayeron, y aun están juntos en algún lugar, perdurando en su infinita atemporalidad. Paralelos a la historia, fuera de contexto, entre paréntesis para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario