Existe un momento en la vida en que cambia todo lo que nos es familiar. En matemáticas se lo llama Punto de inflexión, y es cuando se cambia la curbatura de una función en un gráfico. Es un instante pequeño, casi inexistente, pero es allí en donde se pasa toda la vida en negativos, adelante y atrás, mezclada y desordenada. Ese mínimo detalle es el segundo en que se hace evidente cada paso. Es un dejavu sin sentido que trae recuerdos del pasado pero que aclara, también, lo venidero. Todo lo no dicho, los hubieras y hubieses que dejamos atrás vuelven para mostrarnos aquel camino paralelo y misterioso, el rumbo que hubieran tomado los acontecimientos si tan solo hubiesemos cambiado la elección.
Es sólo un detalle encapsulado en un momento, una claridad única y maravillosa. Invariablemente la historia cambia de allí en adelante. Se caen las estanterías, se borran los dolores, se desatan las tormentas y se invierte el orden establecido. Este, llamado punto de inflexión, es nada más ni nada menos que una revolución de carácter interno, sin pausas ni prisas, pero tan contundente que llega a la victoria en un instante y hecha por tierra el pasado. Ese segundo, aquella aura, aquel momento tan fugaz e impredecible es lo que nos hace despertarnos, levantarnos de nuestro letargo, es una reacción, al fin!
Pero para llegar a aquél punto, primero hay que equivocarse, hay que estar dormido. En matemáticas, antes de llegar a la inflexión la función debe ir frenando en su camino. Pero aquel no es un tiempo perdido, pues luego de aquel instante vuelve a acelerar más decidida y más fuerte que antes. En la vida es igual: se debe llegar al punto de inflexión, frenar, reaccionar, para luego salir fortalecido de nuevo a la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario