Confeccione un cuadro. Lo pensé desde hace tiempo, tenia que ser pequeño para poder esconderlo cuando sea necesario. Debía ser de colores fuertes para alegrar a los corazones mas melancólicos. Carecería de angulaciones para dar la impresión de infinito. Estaría indefinido para que cada uno pudiera otorgarle el simbolismo que le surja.
Elegí, tomándome mi tiempo, cada cosa que iba a formar parte de el: los pinceles mas suaves para que al rozarlo no sienta mas que un leve cosquilleo que lo hiciera sonreír; los acrílicos espesos, para que se pudieran apreciar, a simple vista, las texturas tan distintas y tan iguales que lo forman; un lugar fresco para no aburrirme, y un copita de plástico color azul marino para que el agua se convirtiera en mar mientras pintaba.
Las hojas del otoño caían aquella tarde y le daban al arte una oportunidad mas de inspirarse, pero las musas ya estaban enfocadas en otra cosa. Mi cuadro iba tomando forma, mi orgullo iba en aumento, las hojas seguían cayendo, el viento soplaba sin tregua, y la noche se entre veía cerca de los árboles. Entonces, tome el pincel mas fino, y dibuje aquellas pestañas. Estaba listo.
La humildad era para otro momento, no allí, no ahora, no con aquella belleza mirándome desde un lienzo. Decidí cambiarle el titulo a la obra, y sobre la marcha improvise unas palabras sin ningún sentido para restarle emoción.
El camino de la artista había concluido, y soberbiamente, me regale un aplauso apagado y contundente, sonreí, y me quite los ropajes de pintora. El cuadro se quedo solo con mi persona en el silencio de aquella noche. Lo mire fijo durante largo rato intentando encontrar las palabras para definirlo, los errores para criticarle, las manchas, algo que lo hiciera menos perfecto y que justificara el hecho de no mostrárselo a nadie jamas...En eso estaba cuando me vinieron a la mente los recuerdos, las noches soñándolo, las tardes preparándolo, los anhelos en él depositados... Invariablemente correría la suerte de un simple cuadro de decoración de consultorios médicos sino se lo obsequiaba a su ideólogo implícito, y eso sería una real pena.
Aquel cuadro fue lo que debió ser, fue invisible, fue luminoso, fue admirado y despreciado en igual medida, fue cómodo, y por sobre todas las cosas, fue la prueba tangible de un momento inmejorable. Ahora es un recuerdo colgado de una pared.
No hay comentarios:
Publicar un comentario