Me gusta andar en auto, me gusta, si. Me gusta porque puedo ver por la ventanilla a la gente de alrededor, los que van a pie, y los que andan en otros vehículos. Me gusta imaginar: ¿Hacia dónde se dirigen? ¿Por qué lo hacen de ese modo?. Puedo pesar que los conozco, reconocer en ellos rasgos que me son familiares, que me parecen de entre casa, características que puedo ver en mi misma, en las personas de mi auto. Amo cuando voy en el auto en el asiento de atrás, y si es de noche es mucho mejor, entonces miro al cielo por la ventanilla, observo en silencio, observo espectante, anhelante, miro esperando ver una estrella fugaz, pero todas son fugaces cuando el auto va por la autopista. Todas viajan rápido cuando el auto acelera, y mi corazón igual, voy sintiendo el tiempo pasar, la vertiginosa sensacion de velocidad que se materializa en el roce del viento en mi piel, en el choque de la fresca brisa con los vellos de mi brazo que se asoma disimuladamente por la ventana. Por lo visto, todas las estrellas permiten que se les pida un deseo en esta situación, circunstancia de la que me gusta aprovecharme indiscriminadamente con la esperanza de ser realizados aquellos pedidos.
Me gusta que me hablen cuando vamos en el auto, que me cuenten secretos, que estimulen mis oídos, pero que jamas esperen una respuesta pues me absorven los misterios de la noche, la oscuridad y profundidad del cielo, las brillantes luces de las avenidas y calles; que sepan que, a pesar de todo, les presto atención, pero en mi silencio encuentren mucho mas de lo que las palabras puedan expresar.
Me gusta viajar en auto, solo disfrutando del viaje sin preocuparme del destino, y deseando con fuerza jamas estacionar, nunca parar, seguir siempre con rumbo indefinido hacia lo desconocido.
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