Queridísima Julia:
He
pasado por tantas lunas ausentes de sentido que perdí la cuenta de tu falta. ¿Seguirás
usando el lazo que te regale? ¿Conservaras
aun los rulos? Cuantas preguntas me asaltan en las noches, pero no te exijo respuestas,
es tan solo un monologo interno. Tanto me he hablado que no reconozco más que
mi voz, que se apaga conforme pasan los otoños. Prometo, Julia que un día
regresare las primaveras, aunque, si no me engañan mis memorias, vos preferías
los inviernos. Por ahora, este absurdo
robo de estaciones, es lo que mantiene mis pies en movimiento, siempre corriendo
entre el crujir de hojas y alguna que
otra lluvia. Sigo anhelando tu llegada, pero ya no espero tu replica, tu inacción
me abruma por momentos, pero respeto tu silencio Julia, te respeto. Sostengo una carta con preguntas. Las horas
vuelven a estirarse, siento que esta
carta ha durado más de lo que el reloj marca, sucede que la soledad, ¿cómo
decirlo?... bien, no le encuentro el sentido a ella. No te aflijas con mis
pesares, soy el hombre fuerte con el que te encontraste hace tiempo, solo que
la ausencia pesa. Julia, tu nombre me sabe a almendros, y me sabe a abril. Te
adivino en el aroma de la albahaca, y en el chispear del fuego; pero te exhalo
Julia, lo hago como una patética defensa, y para verte de alguna forma. Todo lo
que digo carece de valor pero lo hago por el puro ejercicio cotidiano de
recordarte. Y así me voy despidiendo, lamentando si te importuné, codiciando tu
retorno pronto, y muriendo en el intento de llegarte Julia querida. Adiós,
gusto en evocarte y afán por memorizar hasta la geografía de tus lunares.
Lorenzo.
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