25.5.12

Mas que pestañas, instantes.

Camila andaba por Belgrano. Estaba sentada en el ultimo asiento de un colectivo que había arrancado hacia un rato en Once, y que ahora andaba por Belgrano. Miraba por la ventana y descubría lo que hay por encima de la ciudad, y una feria que valía la pena visitar con... Las calles pasaban y su rostro todo lo observaba. Andaba así, distraída, mirando la ciudad, mirando la nada, cuando una pareja se beso. Inmediatamente recordó: otro beso, otros lugares, otros tiempos, otra ciudad, una plaza, quizás algo mas (siempre hay mas de lo que se ve en la superficie).  Un beso que era otro, y que representaba a muchos.
Se quedo perpleja. Se dio cuenta de que había vuelto con toda su potencia: la sensación de nervios en la panza que le producía contradicciones en su mente y la hacia preguntarse si quería o no -sabiendo que la respuesta siempre era positiva- esa que le hacia abandonar la seguridad de la permanencia para aventurarse en un devenir frenético que no tenia fin, que era como una revolución imparable que todos los días mataba  a sus lideres y engendraba nuevos; la incertidumbre de las vísperas, cuando se presiente que algo distinto va a pasar pero no se esta seguro de lo que viene y se teme la equivocación, la desilusión; la textura de sus labios (y mientras la Camila de ahora se tocaba lentamente los labios como al pasar) que tenían grietas, que tenían asperezas, que se abrían y exhalaban aire húmedo, aire tibio; el ruido del encuentro de esas dos bocas que andaban sin buscarse pero con la seguridad de que andaban para encontrarse; la frescura de las sonrisas que luego de separarse esas mismas bocas dibujaban al mirarse; la inmediata alegría y las risas que aveces soltaban sin poder contener; el sabor incomparable con el que se quedaba (y sin darse cuenta Camila estaba saboreando sus propios labios); el ardor;  la emoción que le erizaban los cabellos de los brazos; y la fuerza de esas manos en su rostro. Todo eso y mas, la certeza de estar atada irremediablemente a ese momento. Camila (la de hoy) cerro los ojos y se dejo ir. El echo de ser atacada por tal maravilla en un lugar tan común, tan insípido, lo sintió como un regalo de George. Abrió los ojos y... se había vuelto a ir, pero había dejado una huella mas profunda que la del pasado, y en esa huella estaba implícita la utopía de la materialización de aquel recuerdo en el presente.
Camila sintió tanto, tan variado, y tan real que creyó que había pasado largo rato con los ojos cerrados, entregada al disfrute, para averiguarlo miro por la ventana, y comprobó que se equivocaba: estaban parados en el mismo semáforo. Siguió pensando, y tratando de repetir la experiencia mientras pasaba por Quilmes, pero no había caso: los recuerdos son lo mas libre de la mente, y según su propia lógica (muchas veces en contra de todo lo demás). Sin embargo sonrió al percatarse de que aquel beso era todo para ella, era suyo, no había otro igual ni en su boca ni en la de el ni en ninguna otra que atraviese el mundo: era su pelo erizado, eran aquellas manos fuertes, sus bocas unidas, su beso. Y no habían otros labios bailarines, ni otros labios percusionistas.
Ese momento estaba sobre ella y dentro de ella, era sublime y era infinito. Fue un instante fugaz, pero emotivo, pleno, fresco, y compartido, pues Camila estaba segura de que el había sentido lo mismo, donde quiera que estuviera y sea lo que sea que hubiera estado haciendo ella estaba convencida de que había hecho un paréntesis y se había dejado alcanzar también por aquel instante. Y ese era otro beso, el ideal,  uno nuevo, crecido, maduro, con años de demora. En este encuentro esas bocas se miraron y se dijeron: Te extrañe tanto.



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