Si por lluvia entendiéramos sus llantos, entonces acertaríamos
en decir que cada vez que llovía en ella se trataba de un mejunje donde podían entrar
distintas historias. Lloraba un poco por lo que sucedía en cada momento, y un
poco siempre un poquito por su falta. Siempre cada llanto encerraba un doble
dolor: el actual y el constante. Sucedía
que cada día moría un poco una pequeña parte de si misma, sin darse cuenta, y
en los momentos en que otra herida la atacaba, esa ausencia se hacia demasiado
evidente. Las ausencias siempre la asustaron, esa es la verdad, desde su
perdida un poco ficticia, un poco real. Hay un dolor que jamas se dice y es el
que hiere en serio.
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