Soy solo lo que queda después de una lluvia: un poco de agua
en la vereda, un aire pesado y húmedo, un tanto de olor a pasto mojado, una
canción desesperada. Sos todo lo que
habita en un día soleado: el brillo en los ojos al mirar arriba, algo caliente
que enfurece a las palomas, la luz que hace progresar a los jazmines, y un
apuro desmedido por seguir. Juntos no somos más que un par de primaveras y un
otoño, nada mayor que los atardeceres en el centro y los amaneceres clandestinos, un algo que
flota y se escapa. Los demás son como los mazos de cartas, como las jugadas de
ajedrez, no más que una estrategia del teg, bastante menos que un gol de Boca;
tan solo llegan a ser una canción del montón. El tiempo se identifica a si
mismo y nos traspasa como mostrándonos nuestra impotencia, no es algo que deba
preocuparnos nos dicen ellos, pero sabemos que hay más detrás: sabemos que el tiempo nos
condiciona, que están esperando que desistamos. Conocemos bien el mecanismo de
la resignación y confiamos en no caer en la trampa de la seudomaduracion. El
espacio sí que no interesa, es menos que una dieta de verano, se deshace entre
voces y recuerdos; y aunque quieran
hacernos creer que no se puede conquistar, en cierta forma les ganamos ya hace
un montón. Y qué decir de los pasados:
de los tuyos tan perturbadores como afianzados, tan exigentes conmigo que me
canso de intentar; de los míos, tan insistentes en su afán de hacerme
naufragar, tan miserables que no se pueden borrar. Como para no luchar contra los ayeres si nos están midiendo, nos están pesando, nos
encuentran defectuosos, y actúan sobre nuestra debilidad. Aun ahora que me pongo a pensar, sé que lo
vivo sigue siendo por azar.
Sos lo que se acoge en el umbral de mi voz al cantar la
canción desesperada que soy yo. Soy aquellas gotas de sudor que bajan la
espalda y mojan el alma en tu calor.
Quien diría que podríamos llegar a habitar un mismo espacio en
simultaneo y por igual. Cuantos habrán jugado a las barajas y apostado a los
dados su vivir. Nosotros no, aunque pensándolo mejor, tiene mayor sentido el
destino del timbero, que el del que estudia y se olvida de vivir.
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