- El poema se quedó suspendido en una letra, a la que regresa incesantemente para encontrarle el sentido al horizonte completo. La letra que brilla y desaparece, que brilla y se esconde, que se contenta con la intermitencia como las luciérnagas en la noche romana. La letra que es imagen-luciérnaga, que es resistencia y supervivencia. El poema no puede sino volver a ella, volver al enlace entre dos palabras, entre dos ideas, entre dos personas, entre dos identidades de la misma sustancia. La letra que abraza y separa, que refiere en si misma a la indefinición, a lo infinito, a lo inagotable, a lo inabarcable. Y, no hay manera de sobrepasar ese trazo, ese dibujo sobre el papel. Así como el tiempo no puede seguir adelante después de abril, después del otoño, y de la caída de las hojas, tampoco el autor puede concluir su poema sin demorarse infinitamente en esa –la única- letra, el trazo sobre el que erigió sus dibujos, sus castillos, sus bosques y toda roma. Las hojas de un árbol que caen de las ramas, y las ramas que caen del árbol que no puede retenerlas aun implorándoles. El árbol otrora frondoso y fresco, febril y pasional, hoy patético y seco, amputado de sus ramas, de sus brazos, de sus abrazos, de su extensión, de su ampliación. Hoy el árbol se suspende, se queda, se encierra, y no lo volvemos a ver hasta la primavera. Pero la primavera no logra que se retire abril, no logra que el árbol vuelva a crecer, a germinar, a renacer. El árbol, muere en la noche oscura sin las luciérnagas de roma, sin las letras griegas, sin los tiempos que devienen, porque el árbol, la mujer, el poema, no pueden moverse, no pueden seguir a las luciérnagas. El árbol y yo estamos enraizados, y si no vienen a alumbrarnos en la noche no podemos correr en busca de las pequeñas lucecitas intermitentes y danzarinas.
Hay que dejar ir a las hojas, hay que avanzar, aun sin hilvanar ideas, aun fragmentadamente. Hay que recoger las hojas, las ramas, las letras, los escombros, y rearmar -en un montaje siempre infructuoso pero persistente- el rompecabezas. Y, si la letra no se deja borrar, si la letra reaparece en la madrugada, en el monte, en el claro del bosque, cerca de la Via Medici, dormirse, y soñar con bancos de plaza y bloques de colores, y convertir el sueño en cuento, y narrarlo a quien quiera oir, y al que no también. Y replantar el árbol, replantar a la mujer, replantar el poema.